miércoles, 26 de febrero de 2014

Proyecto de Febrero - La primera frase

Comparto este relato que supone mi primera participación en Adictos a la escritura. El ejercicio consistía en realizar un relato partiendo de la primera frase de un libro, en mi caso: El océano al final del camino de Neil Gaiman. Aquí les dejo el relato, que lo disfruten.


El estanque.

No era más que un estanque de patos, en la parte de atrás de la granja. El detective Hampton había tenido un presentimiento con aquel lugar desde que meses atrás lo visitó por primera vez. Rudolph Walls, el dueño de la granja, era un hombre de mediana edad no muy aficionado a la higiene personal, aunque era huraño y desconfiado en un principio no le despertó demasiadas sospechas, “No es más que otro pueblerino” le comentó su compañero cuando abandonaban el lugar aquella primera vez.

James Hampton era un hombre solitario, sin familia, y aquel caso se había convertido en su obsesión. En un lugar donde solamente había granjas y campos de maíz, la desaparición de aquellas chicas había conmocionado a la población. Hampton había visitado a Walls al iniciar la investigación, puesto que la primera de las chicas había cuidado de la mujer de Walls durante la larga enfermedad que acabó con su vida. 

Hampton empezó a investigar por su cuenta en sus ratos libres, exploró la vida y la rutina de aquellas muchachas hasta su desaparición sin dejar rastro, fue entonces cuando descubrió que todas ellas tenían alguna conexión con Walls. Pese a ello, Hampton sabía que las evidencias eran muy débiles y que con aquello nunca conseguiría una orden de arresto con el granjero. 

Rudolph Walls se pasaba el día trabajando en los campos sin más compañía que su pastor alemán y algún jornalero que contrataba ocasionalmente durante la época de la cosecha. Con el tiempo Hampton comenzó a acudir a la granja a vigilarle en sus ratos libres. El granjero raramente salía de la granja más que lo necesario pero una noche abandonó el lugar en su vieja ranchera roja. Walls llevó su ranchera por distintos bares de carretera y prostíbulos de la zona, pero el hombre no llegó a entrar en ninguno de ellos. Hampton volvió a la granja a la mañana siguiente, aquella no fue una charla afable y en ella le dejó claro a Walls que iba a por él, aquel fue su gran error.

A raíz de aquel incidente, James Hampton fue retirado de la investigación y el comisario le impidió volverse a acercar o investigar al granjero. El detective Hampton intentó olvidarse del caso pero le resultaba imposible, estaba convencido de la culpabilidad de Walls y sabía que los cuerpos de las chicas se ocultaban en algún lugar de aquella siniestra granja. Los hechos se precipitaron cuando Hampton se enteró de que otra chica había desaparecido, el detective no dudó en equiparse con su arma reglamentaria y abandonó su domicilio en medio de la noche. 

Iluminada por la luz de la luna, Hampton pudo observar a lo lejos la silueta de la granja flanqueada por los maizales. Aparcó el coche lo suficientemente alejado del recinto como para no levantar ninguna sospecha y pistola en mano se introdujo entre los campos de maíz. Solamente el susurrar del viento entre las espigas de maíz rompía el inquietante silencio de la noche, Hampton avanzaba con rapidez mientras sentía que cada segundo que pasaba menos posibilidades tenía de encontrar con vida a aquella chica.

Finalmente se encontró con la cerca de la granja, desde allí pudo observar el solitario estanque en cuyas aguas se reflejaba la luz blanquecina de la luna, junto a este se encontraba aparcada la ranchera de Walls. Hampton se deslizó dentro del recinto y sigilosamente se acercó hasta el lugar donde se encontraba aparcada la ranchera roja. Oculto tras un árbol pudo ver como Walls descargaba del vehículo una enorme bolsa de plástico negra. 

-¡Detente sino quieres que te vuele la tapa de los sesos!-Ordenó James Hampton mientras con su pistola apuntaba al granjero.

Este se dio la vuelta lentamente, sus huidizos e inquietantes ojos se clavaon sobre el detective, quien lentamente y sin dejar de apuntarle con su arma se fue acercando al vehículo. Cuando estuvo suficientemente cerca pudo ver como en la caja de carga de la ranchera se amontonaban una serie de bolsas de plástico que emitían un extraño hedor. 

-Señor Hampton, creo que su superior le dejó claro que se alejara de mí.

-¡Cállate la boca!-Le instó Hampton mientras observaba nervioso las bolsas de plástico amontonadas en la ranchera.- ¡Las manos donde las pueda ver!

-¿Estoy acusado de algo? Le repito que se vaya de mi propiedad.-Contestó cínicamente el granjero mientras se acercaba lentamente al policía.

Hampton seguía apuntando tembloroso y su dedo índice acariciaba el gatillo mientras  Rupert Walls seguía avanzando impasible. El detective apreció en ese momento un destello luminoso en la mano derecha de Walls, “¡Está armado!”. 

-¡Si das un paso más me veré obligado a disparar!-Alertó Hampton una última vez.

El granjero hizo caso omiso y se abalanzó sobre él extendiendo el brazo izquierdo en el que sostenía un machete ensangrentado, Hampton disparó con rapidez y el granjero se desplomó en el suelo. El detective se acercó a la ranchera y abrió una de las bolsas de plástico, cerrándola al instante con repulsión, “He llegado demasiado tarde” pensó apesadumbrado.

Se acercó al lugar donde yacía Walls, el granjero aún vivo suplicaba ayuda. Hampton le miró con desprecio y se agachó recogiendo el machete que se encontraba en el suelo. Observó el arma que se encontraba manchada por la sangre de aquella pobre chica y con rabia lo descargó contra la cabeza de aquel despreciable asesino.
Con lágrimas en los ojos Hampton fue hasta la orilla de aquel estanque que reflejaba la luz plateada de la luna. Sacó su teléfono y llamó a la central.

-Al habla James Hampton, he encontrado al asesino.

viernes, 14 de febrero de 2014

Parece que va a llover


-Parece que va a llover.-Dijo el anciano mientras se acercaba al borde del acantilado para otear el horizonte.
Le seguí tímidamente y sin perder de vista el final del acantilado me situé a su lado. El paisaje visto desde allí arriba era increíble, casi podía ver mi casa donde mi madre estaría preparando la cena mientras mi hermanas jugueteaban despreocupadas. Noté que mis ojos se humedecían y observé al anciano por el rabillo del ojo, su rostro atravesado por las arrugas parecía ignorar mi presencia mientras sus ojos miraban al sol del atardecer. Su voz grave me sobresaltó con una orden.
-¡Sécate esas lágrimas ya no eres un niño!-Giró su rostro y sus penetrantes ojos grises se clavaron en mí.-Recoge unas ramas secas, nos convendría encender un fuego antes de que anochezca.
Maldije a aquel viejo que seguía impasible mirando el horizonte mientras yo peleaba por arrancarle las ramas a aquel tejo. Maldije también a mi padre, un agricultor que pensaba que su tercer hijo varón era más una carga que una ayuda, aquel hombre egoísta e insensible que había decidido que unas cuantas monedas serían más ayuda que su hijo adolescente. Aún podía oír el llanto de mi madre, cuando mi padre nos comunicó que me iría como aprendiz de aquel viejo druida. ¡Crack! La rama se rompió mientras yo tiraba con todas mis fuerzas y caí de espaldas al suelo, allí me encontraba tumbado de espaldas mirando el cielo rojizo cuando escuché unas risitas a mi espalda.
Me incorporé y vi al viejo allí de pie observándome con una mirada burlona mientras se apoyaba en su bastón de druida, aquello me enfureció y le mientras asía la rama a modo de porra le grité con todas mis fuerzas.
-¡No te rías viejo inútil! ¡Yo no he pedido venir contigo! ¡No sé lo que puedo aprender de un estúpido anciano que dice que lloverá cuando el horizonte está más despejado que la cabeza de un calvo!
Dicho esto solté un grito y me dirigí corriendo con la rama en alto dispuesto a golpear a aquel viejo que creía la causa de todos mis males. Cuando ya estaba tan cerca de él que podía ver los pelos que se asomaban por sus fosas nasales, me dispuse a  descargar con fuerza la rama contra aquella estúpida cabezota. Nunca pensé que aquel decrépito anciano de larga cabellera blanca y barba poblada pudiera reaccionar con tal rapidez. Cuando abrí los ojos tras descargar con rabia la rama, el anciano ya no se encontraba delante de mí pero pude notar su aliento en mi nuca y antes de que pudiera ni siquiera darme la vuelta, noté un fuerte golpe en mis talones que me hizo caer al suelo.
Allí estaba de nuevo con la espalda contra el suelo, nuevamente derrotado primero un viejo tejo y luego el propio viejo. Sus profundos ojos grises se volvieron a clavar en mí y su mirada me estremeció, pero el viejo bajó su bastón y sonrió tendiéndome la mano. Me levanté y el viejo sacó de su bolsa un par de conejos, hierbas aromáticas y una cacerola.
-Bien chico, enciende la hoguera y si cuando el guiso esté listo no ha comenzado caído ni una gota, yo me quedare sin cena pero en caso contrario no harás más que oler estos conejos.-Dijo el anciano tendiéndome la mano para cerrar el trato.
Cerré el trato agarrando su mano callosa y con una sonrisa en la cara me dispuse a coger las ramitas que se encontraban esparcidas por el suelo, resultaba imposible que lloviera en una tarde tan agradable y despejada como aquella.
El olor del guiso era delicioso y se me hacía la boca agua mientras veía como el guiso borboteaba al calor del fuego. El viejo se encontraba despreocupado tallando una ramita mientras yo le miraba triunfante, saboreando la venganza contra aquel anciano altivo que se iría a dormir hambriento suplicándome un bocado. Ya podía sentir la tierna carne de conejo contra mis dientes cuando empezó a llover profusamente, el anciano me miró y sonrió.
- “Parece que va a llover” dijeron los espíritus que habitan en los árboles. No debes de creer todo lo que ven tus ojos, has de aprender a escuchar a la naturaleza.
Durante años las palabras del anciano resonaron en mis oídos, pero en aquel momento lo único que me preocupaba era el rugir de mi estómago.
*Este relato está basado en uno de los ejercicios de escritura del blog Literaturas.

lunes, 10 de febrero de 2014

Tovarich (Parte II)

No llevábamos caminada una hora desde la parada cuando unos gritos nos alertaron, descolgamos los fusiles de nuestros hombros y nos dirigimos al lugar de donde provenían aquellos alaridos. A lo lejos pudimos apreciar a un hombre que yacía en el suelo junto al cadáver de un caballo, el hombre se retorcía y gritaba.
-¡No te muevas! ¡Si tienes algún arma tirala al suelo o dispararemos!-Ordené seguro sin dejar de apuntar al hombre.
Una segunda figura apareció desde una pequeña arboleda, avanzaba lentamente bamboleándose aproximándose al hombre que en el suelo gritaba y trataba de alejarse arrastrándose y gimiendo.
-¡Tú el que está de pie!-Grité firme mientras con una seña indiqué al pelotón que esperara mi orden.
Lejos de obedecer el segundo hombre se abalanzó sobre el que yacía en el suelo antes de que un disparo hiciera saltar su cabeza en mil pedazos. Me acerqué con la bayoneta calada y aparté con el pie el cadáver del segundo hombre, ahora sin cabeza, bajo este se encontraba en el suelo gimoteando un hombre flacucho con una poblada barba y abundantes entradas.
-¿Estás bien?-Pregunté mientras seguía sosteniendo el rifle con ambas manos.
El hombre parecía no haber oído mis palabras, seguía temblando y pude ver que la pierna le sangraba profusamente. Una segunda voz sonó a mi espalda.
-¡Cerdo te ha hecho una pregunta!-Dijo uno de los soldados amagando con soltarle un culatazo.
Finalmente el hombre alzó la cabeza y pareció reaccionar, su boca se movió pronunciando unas palabras con debilidad.
-Han sido ellos...los caminantes.
-¿De qué hablas?-Pregunté confuso.
-Yo y mi hijo habíamos ido a esa aldea, está a un par de horas de camino, pero lo que vimos allí...-La cara del hombre mostraba terror.
-¿Te refieres a una aldea que se sitúa a orillas del río Urik? Allí es donde nos dirigimos.
-¡No vayáis a ese lugar, es el infierno!-Exclamó el hombre sacando fuerzas para gritar.
-¿No pensarás hacer caso a las supersticiones de un loco?-Preguntó Chapayev amenazante.
-¡Déjale hablar!-Ordené enfadado, luego me agaché hacia el hombre.-¿Cuéntame lo que pasó allí?
-Mi hijo y yo llegamos a la aldea, queríamos comerciar con algunas mercancías...-El hombre hizo una pausa.-en realidad somos contrabandistas. La aldea estaba desierta, gritamos para llamar la atención y empezamos a temer que hubiera algún tipo de emboscada militar, pese a que nos habían dicho que la zona era segura. Llegamos a una plazoleta y entonces...
El hombre hizo una pausa como si no pudiera seguir articulando las palabras, observé la herida que tenía en la pierna, transmitía un brillo verdoso, lo que achaqué a la infección. El hombre suspiró y continuó hablando.
-Allí había dos o tres cuerpos descuartizados, como roídos por alimañas, una pequeña se encontraba tendida sobre uno de ellos y mi hijo se acercó preguntando qué había pasado.-El hombre comenzó a palidecer.-La niña levantó la cabeza y vimos un rostro que no era humano, tenía la tez de un color grisáceo y tenía los ojos en blanco, babeaba y le faltaba parte de una mejilla. Entonces se dirigió a mi hijo emitiendo un desagradable gruñido.-El hombre comenzó a sollozar.-Se lanzó al cuello de mi pobre Vlad y luego más de esos seres comenzaron a llegar, conseguí montar en uno de los caballos y abandoné el lugar, no sin que antes uno de esos seres me mordiera en la pierna.
-¿Pero qué eran?-Preguntó uno de los soldados más jóvenes.
-No lo sé, parecían venidos del infierno...
-¿Vas a creerte los delirios de un contrabandista?-Me espetó Chapayev con chulería.
-¡Ten un poco de respeto por tu superior!-Intercedió Vassili apartando al díscolo soldado.
-Aranovsky creo que tienes algo de idea de medicina, atiende a este hombre.-Ordené a uno de los soldados luego señalé a uno de los chicos más jóvenes diciendo.-Tú ayudale, el resto venir conmigo discutiremos sobre lo que hacer.
Los dos chicos se ocuparon mientras el resto nos apartamos un poco para discutir sobre el plan de acción que debíamos tomar.
-Ese hombre ha dicho lo mismo que aquel anciano anoche.-Dije dirigiéndome al pelotón, pude ver que la mayoría de los chicos parecía desconcertados, incluso asustados.
-¿Piensas creerte todas esas historias de fantasmas?-Preguntó Chapayev burlándose.
-Solamente digo que hay algo extraño entorno a esa aldea.
-Deberíamos volver, pedir refuerzos.-Dijo uno de los soldados con voz temblorosa.
-¿Queréis desobedecer las órdenes del Major Pushkin?-Cuestionó Chapayev.-Nos ordenará fusilar y sus balas son reales.
-No sabemos a lo que nos enfrentamos, quizás nos haría falta algo de apoyo.-Respondí en voz alta.
Chapayev se dirigió hacia mí aguantándome la mirada y luego gritó a sus compañeros.
-¡Quizás deberíamos fusilar nosotros a quienes desobedecen las órdenes del Major!
Vi como Vassili se llevaba la mano a la pistola 'Tokarev' que llevaba en el cinto, cuando un grito nos sobresaltó a todos, provenía de donde estaban tratando al hombre herido. Descolgué mi rifle del hombro y salí corriendo, el hombre herido estaba ahora de pie con los ojos en blanco, su piel había adquirido un color grisáceo y tenía la boca llena de sangre. A sus pies uno de los chicos que le estaban tratando sufría espasmos, el hombre le había arrancado la garganta, mientras el otro chico se alejaba temeroso con la mano ensangrentada. Propiné tres o cuatro bayonetazos al hombre en el pecho pero este no parecía sentirlo, finalmente clavé la bayoneta en cráneo del hombre y con este inmovilizado apreté el gatillo, la cabeza del hombre estalló en mil pedazos.
Un segundo disparo sonó a mi espalda y pude ver como Chapayev sostenía su pistola aún humeante frente al cadáver del chico al quién habían arrancado la garganta.
-Ese chico ya estaba muerto.-Murmulló.
A nuestro alrededor se agolpaban el resto de los soldados, el otro chico que había sufrido el ataque gritaba de dolor, el hombre le había arrancado dos dedos de un mordisco, todos nos encontrábamos confundidos y aterrados.
-¿Qué es lo que ha pasado?-Grité al chico al que aplicaban un torniquete para evitar que siguiera sangrando.
-No lo sé, el hombre parecía muerto cuando abrió los ojos.-Su voz denotaba terror.-Tenía un aspecto horripilante y me arrancó los dedos de un mordisco, luego atacó a Aranovsky...ya lo habéis visto.
-¡El viejo tenía razón esos seres pertenecen al infierno!-Gritó uno de los soldados presa del pánico mientras otros comenzaron a gritar apoyándole.
-¡Que no cunda el pánico!-Grité dando un disparo al aire.-¡Iremos a esa aldea y descubriremos que coño pasa!
-Tovarishches, el Sargento tiene razón, cumplimos órdenes. Todo tendrá una explicación.
Quien habló fue Chapayev y los soldados acabaron secundándole, aunque tengo que reconocer que ninguno de nosotros estaba realmente convencido de aquello. Las escasas horas de marcha hacia la aldea se hicieron eternas, sumidas en el más completo silencio, solamente interrumpido por los quejidos del soldado herido que sufría terribles dolores. Vassili me expresó su temor por que el herido se convirtiera en una de aquellas bestias, algo compartido por gran parte del grupo, pero nadie quería ser el primero en tomar la decisión de ejecutar a un compañero. El camino transcurría por medio de una inmensa planicie solamente salpicada por pequeñas agrupaciones de árboles y por alguna que otra granja abandonada. Cuando ya había comenzado a oscurecer observamos a lo lejos una pequeña colina bajo la cual discurría un río, encima del promontorio se podía ver una agrupación de casas, entre las que destacaba el campanario de una iglesia semiderruida, la visión de aquel lugar siempre inundará mis pesadillas.
Descolgamos nuestros fusiles con las bayonetas caladas para entrar en la aldea, el sonido del río al fluir constituía una tétrica banda sonora para aquel lugar de pesadilla. No se veía un alma y la luz empezaba a escasear, un poco apartado pudimos ver un caserón presidido por una enorme bandera soviética descolorida por la lluvia, decidí que pasaríamos la noche en aquel lugar, escalofríos recorren mi cuerpo al recordar lo que pasó aquella noche.
El lugar se encontraba desierto y sobre las mesas todavía se observaban platos sin recoger, un olor a podredumbre inundaba todo el lugar, nos aseguramos de que el piso de abajo estuviera desierto y atrancamos la puerta para estar seguros. A aquellas alturas el soldado herido ya se encontraba en una especie de letargo, invadido por temblores y delirios, se encontraba apartado acurrucado junto a la chimenea cuyas crepitantes llamas otorgaban una misteriosa luz. Fue entonces cuando uno de los soldados más jóvenes, Evgeny Zaruvin, rompió el silencio.
-¿Qué pretendéis hacer con él tovarishches?-Preguntó el muchacho señalando al herido.
-Habrá que esperar a que se cure.-Respondió sombrío otro de mis hombres, que era amigo del herido.
-No puedo estar tranquilo pensando que puede convertirse en una de esas bestias.-Dijo agitado Zaruvin.
Algunos de los soldados respondieron con comentarios de apoyo al joven lo que le envalentonó y sacando un cuchillo de caza se exclamó.
-¡Si no os atrevéis a hacerlo, lo haré yo!
Vi como el otro hombre buscó a tientas su pistola y entonces me levanté interponiéndome entre Zaruvin y el herido.
-Le ataremos si así os sentís más seguros, pero no derramaremos la sangre de un compañero basándonos en suposiciones.-Busqué con la mirada a Chapayev, que se había convertido en un inesperado aliado, y le ordené que atara al herido.
Comimos un improvisado potaje con unas patatas y un par de nabos que teníamos, no era gran cosa pero era la primera comida caliente que tomábamos en todo el día. El silencio solamente era interrumpido por el crepitar el las llamas y los aullidos de los lobos, yo apuraba un poco de vodka deseando despertar de aquella terrible pesadilla.
-Parece que está muerto, ha dejado de temblar.-Comentó Vassili mientras señalaba el cuerpo inerte del soldado herido.
Me levanté sacando la pistola del cinto y me acerqué sigilosamente al cuerpo sin dejar de apuntar. Fue entonces cuando el hombre se empezó a retorcer levanté y pude observar su rostro que ya no era humano, profirió un sonoro aullido mientras se arrastraba en mi dirección.
-¡No gastes balas con este!-Exclamó Vassili mientras cogía una barra metálica que había junto a la chimenea para clavarla en la cabeza de aquel ser.
Pude observar como la vida se esfumaba de aquel ser, el cuerpo sufrió una serie de espasmos antes de pararse para siempre. En ese momento unas quejidos se escucharon desde la parte de arriba de la casa, ¿era posible que aquellos caminantes hubieran entrado en nuestro refugio?. Nos quedamos mirando los unos a los otros, como queriendo cerciorarnos de que no estábamos soñando, Chapayev caló la bayoneta en su fusil y subió arriba junto a otro soldado.
Todos sacamos nuestras armas y esperamos, podía ver terror en los rostros de mis compañeros, como seguramente ellos lo veían en el mio. Oímos un par de disparos y Vassili se dirigió corriendo hacia la escalera, cuando oímos la voz de Chapayev.
-¡Abrid la puerta, tenemos que salir de aquí, hay demasiados!
Un par de disparos más y un grito nos pusieron en marcha y comenzamos a arrancar los maderos que atrancaban la puerta. Chapayev y Vassili bajaron junto a nosotros disparando hacia la escalera, lo que hizo a un par de aquella bestias caer fulminadas junto a nosotros, el otro soldado no estaba con ellos pero no nos hizo falta preguntar que había pasado.
En el exterior la oscuridad era absoluta, uno de los soldados encendió un farolillo que nos ayudó a avanzar a tientas a lo largo de la aldea, solamente quedábamos seis de los diez que partimos de Irkutsk. Llegamos a una extraña plazoleta donde destacaba el siniestro campanario junto las ruinas de lo que había sido una Iglesia. Pero lo que me produjo terror fue la cantidad de cuerpos que se desperdigaban por el suelo, algunos no eran más que brazos roídos con el hueso a la vista pero otros eran cuerpos enteros y putrefactos que bajo nuestro asombro comenzaron a levantarse.
-¡Hostia puta, estamos rodeados!-Gritó Zaruvin mientras comenzó a disparar como un loco.
Los disparos apenas podían mantener a raya a aquellos seres que avanzaban impasibles ante nuestros ataques. Pude acertar a un par de ellos en la cabeza pero eran demasiados, conseguimos escaparnos corriendo en dirección al camino por el que habíamos llegado pero había más de esas bestias y nos escurrimos entre unas cuadras. Entonces noté el hedor de la muerte en mi cara y pude ver el rostro de aquellos seres junto a mí, un ruido ensordecedor hizo que mis oídos pitaran y noté como mi cabeza se llenaba de los sesos de aquel ser cuya cabeza había reventado. Vi junto a mi a uno de los reclutas cuyo nombre la edad no me deja recordar con la pistola aún humeante en su mano, aquel hombre me había salvado la vida pero yo no pude hacer nada cuando dos de aquellas bestias se abalanzaron sobre él para comerse sus entrañas. Chapayev me cogió del brazo obligándome a avanzar, dejando morir a mi salvador.
-¡Vayamos por aquí, bajemos la colina entro los árboles!-Exclamó Vassili mientras señalaba un terraplén que nacía donde moría la aldea.
Vassili saltó y salió corriendo cuesta abajo, los otros le seguimos y yo esperé a que saltara el último de los reclutas, pero aquellos seres se multiplicaban y uno de ellos le cogió del brazo, Chapayev disparó un par de veces con su pistola pero fue inútil. Así al chico de la otra mano pero aquellos seres lo agarraban con gran fuerza, yo no quería dejar morir a otro compañero así que seguí tirando con todas mis fuerzas. Finalmente conseguí coger al chico que se debatía entre la vida o la muerte, aquellos seres le había comido parte del brazo mientras que sus tripas colgaba de una terrible herida en el tronco.
Salí corriendo tras las sombras de mis compañeros aún con lágrimas en los ojos, no pude evitar caerme un par de veces pero conseguí llegar al camino, donde ellos esperaban. En el alto veía con temor aquella aldea maldita, cuyos lamentos inundaban la noche, Chapayev me dio una palmada en el hombro.
-¿Te han mordido?-Luego extendió la pregunta.-¿Os han mordido a alguno?
Zaruvin y yo negamos con la cabeza, pero Vassili no hizo gesto alguno, le miramos fijamente y sin decir palabra se subió la pernera del pantalón que se encontraba hecha jirones, pudimos ver como su pierna mostraba numerosos mordiscos que dejaban entrever el hueso. Él era mi amigo, mi fiel compañero, nos abrazó uno por uno con lágrimas en los ojos y allí le dejamos sentado en el camino con su pistola en la mano, apenas habíamos caminado unos pasos cuando escuchamos un disparo, al girarme pude ver como su cuerpo sin vida caía desplomado al suelo.
El trayecto de vuelta fue tortuoso, teníamos los pies llenos de ampollas y nuestra cabeza se debatía entre la cordura y la locura. Llegamos a la aldea en que habíamos pasado la noche días atrás y allí descansamos durante unos días hasta que recuperamos las fuerzas para volver a Iktusk. Recuerdo lo primero que pregunté al encargado de la casa comunal en cuanto llegué a la aldea.
-¿Dónde está aquel anciano?
-No sé de qué me hablas.-Había contestado el hombre tratando de disimular.
-Sabes de quien habló, uno de mis hombres tuvo un incidente con él aquella noche.
-Murió la pasada noche.
Nada más llegar a Iktusk me reuní con el  Major Pushkin, recuerdo su reacción cuando le conté lo sucedido, el hombre no se sorprendió, ni me tomó por loco, simplemente encendió su pipa y sirviéndome un vaso de vodka dijo tranquilamente.
-No tiene nada de qué preocuparse Sargento, yo me ocuparé de la situación.
A los pocos días fui transferido a Petrogrado.
Nunca llegué a recuperarme completamente de aquello, raras son las noches en que no me despierto envuelto en sudor recordando cuando tuve al horror cara a cara. Supe que Chapayev murió en la defensa de Stalingrado durante la Gran Guerra Patria y no fue hasta años más tarde cuando volví a ver a Evgeny Zaruvin en Moscú durante un homenaje a combatientes de la Guerra Civil. Fue un encuentro extraño, habían pasado muchos años desde aquel día que ambos habíamos querido olvidar, apenas cruzamos unas palabras de cortesía pero ninguno dijo nada sobre aquel suceso.
Días después de aquel encuentro conseguí hacerme con unos antiguos expedientes, eran los oscuros años del estalinismo y sabía que aquella acción podía dar conmigo en un 'gulag' pero necesitaba saber que había ocurrido. El Major Pushkin había elaborado un informe detallado sobre nuestra misión que contaba con mi declaración así como las de Zaruvin y Chapayev. Según aquellos papeles dos unidades de artillería habían reducido aquel lugar hasta las cenizas, la propaganda de la época achacó a aquello a vestigios del “Ejército blanco” que se habían cobrado su venganza asesinando a sangre a fría a camaradas fieles al bolcheviquismo. Aquella noche cuando salí de mi despacho en el Ministerio de Defensa, en época tenía el rango de Polkovnik (Coronel), un hombre me estaba esperando a la puerta.
-Polkovnik Ilyushin.-Me interpeló aquel hombre haciendo el saludo militar.
-Descanse caballero.-Le ordené y luego intrigado le pregunté.-¿A qué debo el placer?
El hombre encendió un cigarrillo y me ofreció otro, el cual rechacé amablemente, luego comenzamos a caminar. Tras dar un par de caladas el hombre comenzó a hablar de nuevo.
-Sé lo que pasó en 1920, en aquella aldea en el frente de Irktusk.
Me quedé helado mirándole mientras el seguía fumando impasible, aspiró un poco más de humo y luego tiró el cigarro al suelo y me enseño la identificación que le acreditaba como miembro del NKVD, el temible comisariado del pueblo.
-¿Qué es lo que quiere?-Pregunté educadamente.
-Que lo olvide.-Respondió el hombre.
-¿Cómo dice?-Pregunté de nuevo.
-Sé lo que pasó a aquel día, que vio cosas que no puede explicar y que probablemente nunca olvidará.-Contestó el hombre impasible mientras se sacaba otro cigarrillo.-Lo mejor es que se olvide de todo aquello, deme esos documentos.
Saqué los expedientes del maletín de cuero que llevaba conmigo y se los entregué al enigmático hombre, este me hizo el saludo militar y se alejó tranquilamente perdiéndose en la noche.
Hace apenas un año que el tovarishch Zaruvin murió y ahora es a mí a quien la muerte acecha, es por ello que dejo estas últimas palabras con el fin de que estas palabras nunca queden en el olvido.

Всего наилучшего Това́рищ. (Mis mejores deseos camaradas)

miércoles, 5 de febrero de 2014

Tovarich (Parte I)

Moscú, 23 de febrero 1963.
Aún me estremezco al escribir estas líneas, con ellas simplemente quiero dejar constancia de unos hechos que ocurrieron y de los cuales ahora, en mi lecho de muerte, soy el único testigo vivo para dar constancia de los mismos. Durante años el Politburó ha impedido que estos hechos salieran a la luz, impregnándolo todo con material propagandístico cuando la realidad fue muy distinta. Sé que mi hora no tardará en llegar y por ello, aunque me cueste acordarme de aquellos terribles acontecimientos, no puedo permitir que caigan en el olvido.
Corría el año 1920 en nuestra amada madre Rusia, yo contaba por aquella con veintidós años de los cuales había pasado cuatro luchando por mi patria. Primero había sido la Primera Guerra Mundial y cuando llegamos a casa tras meses de duros combates nos encontramos con que la Guerra Civil había empezado a asolar Rusia. Yo era un joven de familia humilde, mi padre era un obrero industrial en la ciudad de Odesa mientras que mi madre había muerto al dar a luz a mi hermana pequeña, pasé una infancia dura y con tan solo catorce años comencé a trabajar como estibador en el puerto. Eran años duros y pasábamos penurias y hambre, por ello cuando contaba con dieciocho años no dudé en alistarme al ejército.
En el frente de Rumanía vi a muchos hombres, aliados y enemigos, morir algunos bajo mi propia mano. La vida allí era dura, al levantarte por las mañanas vivías con la incertidumbre si terminarías vivo el día, pero en los dos años que pasé en el frente nunca viví tanto terror como cuando ocurrieron los hechos que me dispongo a narrar.
Al volver a Rusia el horror de la guerra estaba lejos de acabarse puesto que el “Ejército blanco”, formado por partidarios del zar, se había propuesto derribar al régimen de los bolcheviques, para cuando yo había vuelto a Rusia la guerra había empezado a entrar en fases de gran virulencia debido a la intervención de las potencias extranjeras. Apenas tuve tiempo para visitar a mi familia, que se había trasladado a Petrogrado cuando entre a formar parte del Ejército rojo y fui mandado al frente oriental.
Al comienzo las luchas fueron encarnizadas pero para 1920 la guerra ya estaba cerca de terminar. Yo estuve en el pelotón encargado de fusilar al Almirante Kolchak a las afueras Irkustk, ciudad que más tarde tomaríamos, acabando casi completamente con la presencia de “blancos” en el frente. Fui entonces ascendido a Sargento y parecía que por fin el fantasma de la guerra se desvanecía, pero ignoraba que estaba cerca de contemplar un horror que nunca podría olvidar.
Era la primavera del año 1920 y nuestra misión en Irkutsk se limitaba a pacificar completamente la zona buscando vestigios del “Ejército blanco”, ya muy mermado tras la caída de Kolchak. Fue mi primera misión con mi recién inaugurado rango y desearía que nunca se hubiera producido, aquella sencilla tarea quedaría grabada a fuego en nuestras memorias.
Solamente debíamos acudir a un grupo de aldeas situadas al norte de la ciudad de Irkutsk a par de días de marcha, desde hacía unas semanas no se tenían noticias de sus habitantes y yo y mis compañeros debíamos averiguar lo que pasaba. Cuando el Major Pushkin me convocó me había dicho que quizás algunos vestigios del “Ejército blanco” estuvieran actuando en la zona, “será algo sencillo” me dijo, sin que yo pudiera ni siquiera imaginar que aquel hombre nos enviaba al infierno.
Muchos de los chicos que debía comandar habían servido conmigo en el frente, eramos “camaradas”, un grupo de diez jóvenes soldados con mucha vida por delante.
Fue en la mañana del 14 de mayo de 1920 cuando abandonamos Irkutsk, ciudad que algunos de nosotros no volverían a ver. Era un día grisáceo y pasamos el primer día de marcha sin mayores incidentes, a medida que nos íbamos alejando de Irkutsk encontramos cada vez menos gente, muchos habían huido a refugiarse a las ciudades mientras que otros simplemente huían del Ejército rojo. Las bromas de mis compañeros alegraban el viaje y todos ensoñábamos con el día en que se declarara la victoria y pudiéramos volver a casa, donde algunos no habíamos estado durante largos años.
Cuando empezó a anochecer nos refugiamos en una casa comunal de una aldea de la zona, la casa comunal se encontraba bastante llena, algo que contrastaba con la poca gente que se veía por el camino. El encargado de aquel lugar era un ferviente bolchevique, o al menos eso decía, y no reparó en darnos lo mejor de sus guisos así como conseguirnos las mejores habitaciones para que descansáramos. Después de la cena volvimos a la sala común donde la gente bebía y charlaba, notaba ciertas miradas de temor hacía nuestro grupo, ya me había acostumbrado al efecto que tenía el uniforme en algunos habitantes. Algunos de los soldados flirteaban con unas muchachas de la aldea mientras otros reían y se emborrachan. Yo vigilaba todo sentado mientras hablaba con Vassili, que había sido mi compañero de penurias durante largo tiempo.
-Un buen Sargento del Ejército rojo mandaría a todos a descansar.-Dije mientras vaciaba de un trago un vaso de vodka.
-No te estreses, esta misión es pura rutina, probablemente los aldeanos estén tan confusos que no haya ningún problema.-Me enseñó el vaso y lo vació.-La guerra está ganada, deberíamos brindar por ello.
Miré a Vassili a los ojos y me reí, rellenando de nuevo nuestro vasos. Vi entonces como uno de los soldados se levantaba de golpe y gritaba a un anciano, haciéndose el silencio en toda la estancia. Me levanté y me dirigí junto a ellos para comprobar que pasaba, pidiendo explicaciones a mi subordinado.
-¡Tovarishch Chapayev! ¿Qué es lo que está pasando aquí?
-Ese viejo está propagando basura supersticiosa.-Contestó amenazante mientras miraba al anciano.
El anciano trató de decir algo pero Chapayev le propinó un puñetazo en la cara antes de que pudiera articular palabra. Empujé al soldado para evitar que continuará golpeando al anciano, Chapayev que estaba visiblemente bebido cayó sobre el suelo desde donde me miró con ojos de odio. Fue entonces cuando me dirigí a Vassili y ordené.
-¡Tovarishch vaya a buscar al resto de sus compañeros!-Luego me dirigí al otro grupo de soldados y con voz firme ordené.-¡Camaradas es hora de que nos retiremos! Mañana será un día duro.
Esta vez los soldados respondieron haciendo el saludo militar, menos Chapayev que subió a la habitación con sus compañeros mientras me miraba con rabia. Una vez se hubieron retirado me acerqué al anciano que se encontraba descansando sobre una silla, tenía unas largas barbas canosas y llevaba el pelo completamente desaliñado.
-Disculpo lo que ha pasado.-Dije al anciano que me miraba por el rabillo del ojo.
-No hacen bien en ignorar mis advertencias.-Contestó con un extraño acento.
-No sé de que me habla.
-Váyanse, no vayan a esas aldeas.-Hizo una pausa para tragar aire de forma agónica y luego exclamó con una especie de aullido.-¡Ese lugar está maldito!
-Tenemos una misión.-Respondí con voz firme mientras tomaba asiento.-Debemos ver que es lo que ocurre, quizás haya partidarios del zar.
-Si los hay ya estarán muertos.-Miré al anciano intrigado y este continuó hablando.-El mal invade ese lugar, los muertos se han levantado de sus tumbas...
-¡Eso son estúpidas supersticiones!
-Yo lo he visto con mis propios ojos.-Susurró sibilante aquel anciano poniéndome la piel de gallina.-Los caminantes se comen unos a otros, ese mal se extiende como la pólvora...
Me levanté y busqué al encargado, ordenándole que llevaran a aquel hombre a casa. Aquel anciano de mirada perdida seguía mirándome con sus ojos inquietantes, acomodándome, el encargado se lo llevó junto a otro hombre y antes de salir se volvió hacia mí, gritando.
-¡Tovarishch lamentarás no haberme escuchado!
Cuando subí a la habitación, los chicos ya estaban durmiendo, me tumbé en la cama y apenas pegue ojo pensando en las advertencias de aquel anciano, mi sentido común las rechazaba pero no podía quitar de mi cabeza aquella mirada.
Cuando tomábamos un poco de pan con jamón salado para desayunar pregunté al encargado sobre el misterioso anciano, solo pudo decirme que había llegado hace unos meses a la aldea para refugiarse en casa de una sobrina, sólo pude preguntarme de qué había huido. Emprendimos de nuevo el camino, podía notar la mirada inquisidora de Chapayev, cuestionando todas mis decisiones, pero en general el ambiente seguía siendo bueno, aunque las palabras del anciano seguían resonando en mi cabeza.
Cuando paramos a media mañana a tomar un tentempié, aproveché que no estuviera nadie cerca de nosotros para contarle a Vassili lo que había dicho aquel anciano.
-No te preocupes, son supersticiones de pueblerinos. Es culpa de las políticas educativas zaristas fomentando la ignorancia para tener esclavos.-Contestó quitándole hierro al asunto.
-No sé, es extraño deberías haberle visto.-Respondí preocupado.-Los caminos están vacíos, nadie sabe nada de aquel lugar...

-¿Pero...muertos que se comen a personas?-Soltó una carcajada, luego me tendió una petaquita con vodka.-Necesitas un trago.