miércoles, 5 de febrero de 2014

Tovarich (Parte I)

Moscú, 23 de febrero 1963.
Aún me estremezco al escribir estas líneas, con ellas simplemente quiero dejar constancia de unos hechos que ocurrieron y de los cuales ahora, en mi lecho de muerte, soy el único testigo vivo para dar constancia de los mismos. Durante años el Politburó ha impedido que estos hechos salieran a la luz, impregnándolo todo con material propagandístico cuando la realidad fue muy distinta. Sé que mi hora no tardará en llegar y por ello, aunque me cueste acordarme de aquellos terribles acontecimientos, no puedo permitir que caigan en el olvido.
Corría el año 1920 en nuestra amada madre Rusia, yo contaba por aquella con veintidós años de los cuales había pasado cuatro luchando por mi patria. Primero había sido la Primera Guerra Mundial y cuando llegamos a casa tras meses de duros combates nos encontramos con que la Guerra Civil había empezado a asolar Rusia. Yo era un joven de familia humilde, mi padre era un obrero industrial en la ciudad de Odesa mientras que mi madre había muerto al dar a luz a mi hermana pequeña, pasé una infancia dura y con tan solo catorce años comencé a trabajar como estibador en el puerto. Eran años duros y pasábamos penurias y hambre, por ello cuando contaba con dieciocho años no dudé en alistarme al ejército.
En el frente de Rumanía vi a muchos hombres, aliados y enemigos, morir algunos bajo mi propia mano. La vida allí era dura, al levantarte por las mañanas vivías con la incertidumbre si terminarías vivo el día, pero en los dos años que pasé en el frente nunca viví tanto terror como cuando ocurrieron los hechos que me dispongo a narrar.
Al volver a Rusia el horror de la guerra estaba lejos de acabarse puesto que el “Ejército blanco”, formado por partidarios del zar, se había propuesto derribar al régimen de los bolcheviques, para cuando yo había vuelto a Rusia la guerra había empezado a entrar en fases de gran virulencia debido a la intervención de las potencias extranjeras. Apenas tuve tiempo para visitar a mi familia, que se había trasladado a Petrogrado cuando entre a formar parte del Ejército rojo y fui mandado al frente oriental.
Al comienzo las luchas fueron encarnizadas pero para 1920 la guerra ya estaba cerca de terminar. Yo estuve en el pelotón encargado de fusilar al Almirante Kolchak a las afueras Irkustk, ciudad que más tarde tomaríamos, acabando casi completamente con la presencia de “blancos” en el frente. Fui entonces ascendido a Sargento y parecía que por fin el fantasma de la guerra se desvanecía, pero ignoraba que estaba cerca de contemplar un horror que nunca podría olvidar.
Era la primavera del año 1920 y nuestra misión en Irkutsk se limitaba a pacificar completamente la zona buscando vestigios del “Ejército blanco”, ya muy mermado tras la caída de Kolchak. Fue mi primera misión con mi recién inaugurado rango y desearía que nunca se hubiera producido, aquella sencilla tarea quedaría grabada a fuego en nuestras memorias.
Solamente debíamos acudir a un grupo de aldeas situadas al norte de la ciudad de Irkutsk a par de días de marcha, desde hacía unas semanas no se tenían noticias de sus habitantes y yo y mis compañeros debíamos averiguar lo que pasaba. Cuando el Major Pushkin me convocó me había dicho que quizás algunos vestigios del “Ejército blanco” estuvieran actuando en la zona, “será algo sencillo” me dijo, sin que yo pudiera ni siquiera imaginar que aquel hombre nos enviaba al infierno.
Muchos de los chicos que debía comandar habían servido conmigo en el frente, eramos “camaradas”, un grupo de diez jóvenes soldados con mucha vida por delante.
Fue en la mañana del 14 de mayo de 1920 cuando abandonamos Irkutsk, ciudad que algunos de nosotros no volverían a ver. Era un día grisáceo y pasamos el primer día de marcha sin mayores incidentes, a medida que nos íbamos alejando de Irkutsk encontramos cada vez menos gente, muchos habían huido a refugiarse a las ciudades mientras que otros simplemente huían del Ejército rojo. Las bromas de mis compañeros alegraban el viaje y todos ensoñábamos con el día en que se declarara la victoria y pudiéramos volver a casa, donde algunos no habíamos estado durante largos años.
Cuando empezó a anochecer nos refugiamos en una casa comunal de una aldea de la zona, la casa comunal se encontraba bastante llena, algo que contrastaba con la poca gente que se veía por el camino. El encargado de aquel lugar era un ferviente bolchevique, o al menos eso decía, y no reparó en darnos lo mejor de sus guisos así como conseguirnos las mejores habitaciones para que descansáramos. Después de la cena volvimos a la sala común donde la gente bebía y charlaba, notaba ciertas miradas de temor hacía nuestro grupo, ya me había acostumbrado al efecto que tenía el uniforme en algunos habitantes. Algunos de los soldados flirteaban con unas muchachas de la aldea mientras otros reían y se emborrachan. Yo vigilaba todo sentado mientras hablaba con Vassili, que había sido mi compañero de penurias durante largo tiempo.
-Un buen Sargento del Ejército rojo mandaría a todos a descansar.-Dije mientras vaciaba de un trago un vaso de vodka.
-No te estreses, esta misión es pura rutina, probablemente los aldeanos estén tan confusos que no haya ningún problema.-Me enseñó el vaso y lo vació.-La guerra está ganada, deberíamos brindar por ello.
Miré a Vassili a los ojos y me reí, rellenando de nuevo nuestro vasos. Vi entonces como uno de los soldados se levantaba de golpe y gritaba a un anciano, haciéndose el silencio en toda la estancia. Me levanté y me dirigí junto a ellos para comprobar que pasaba, pidiendo explicaciones a mi subordinado.
-¡Tovarishch Chapayev! ¿Qué es lo que está pasando aquí?
-Ese viejo está propagando basura supersticiosa.-Contestó amenazante mientras miraba al anciano.
El anciano trató de decir algo pero Chapayev le propinó un puñetazo en la cara antes de que pudiera articular palabra. Empujé al soldado para evitar que continuará golpeando al anciano, Chapayev que estaba visiblemente bebido cayó sobre el suelo desde donde me miró con ojos de odio. Fue entonces cuando me dirigí a Vassili y ordené.
-¡Tovarishch vaya a buscar al resto de sus compañeros!-Luego me dirigí al otro grupo de soldados y con voz firme ordené.-¡Camaradas es hora de que nos retiremos! Mañana será un día duro.
Esta vez los soldados respondieron haciendo el saludo militar, menos Chapayev que subió a la habitación con sus compañeros mientras me miraba con rabia. Una vez se hubieron retirado me acerqué al anciano que se encontraba descansando sobre una silla, tenía unas largas barbas canosas y llevaba el pelo completamente desaliñado.
-Disculpo lo que ha pasado.-Dije al anciano que me miraba por el rabillo del ojo.
-No hacen bien en ignorar mis advertencias.-Contestó con un extraño acento.
-No sé de que me habla.
-Váyanse, no vayan a esas aldeas.-Hizo una pausa para tragar aire de forma agónica y luego exclamó con una especie de aullido.-¡Ese lugar está maldito!
-Tenemos una misión.-Respondí con voz firme mientras tomaba asiento.-Debemos ver que es lo que ocurre, quizás haya partidarios del zar.
-Si los hay ya estarán muertos.-Miré al anciano intrigado y este continuó hablando.-El mal invade ese lugar, los muertos se han levantado de sus tumbas...
-¡Eso son estúpidas supersticiones!
-Yo lo he visto con mis propios ojos.-Susurró sibilante aquel anciano poniéndome la piel de gallina.-Los caminantes se comen unos a otros, ese mal se extiende como la pólvora...
Me levanté y busqué al encargado, ordenándole que llevaran a aquel hombre a casa. Aquel anciano de mirada perdida seguía mirándome con sus ojos inquietantes, acomodándome, el encargado se lo llevó junto a otro hombre y antes de salir se volvió hacia mí, gritando.
-¡Tovarishch lamentarás no haberme escuchado!
Cuando subí a la habitación, los chicos ya estaban durmiendo, me tumbé en la cama y apenas pegue ojo pensando en las advertencias de aquel anciano, mi sentido común las rechazaba pero no podía quitar de mi cabeza aquella mirada.
Cuando tomábamos un poco de pan con jamón salado para desayunar pregunté al encargado sobre el misterioso anciano, solo pudo decirme que había llegado hace unos meses a la aldea para refugiarse en casa de una sobrina, sólo pude preguntarme de qué había huido. Emprendimos de nuevo el camino, podía notar la mirada inquisidora de Chapayev, cuestionando todas mis decisiones, pero en general el ambiente seguía siendo bueno, aunque las palabras del anciano seguían resonando en mi cabeza.
Cuando paramos a media mañana a tomar un tentempié, aproveché que no estuviera nadie cerca de nosotros para contarle a Vassili lo que había dicho aquel anciano.
-No te preocupes, son supersticiones de pueblerinos. Es culpa de las políticas educativas zaristas fomentando la ignorancia para tener esclavos.-Contestó quitándole hierro al asunto.
-No sé, es extraño deberías haberle visto.-Respondí preocupado.-Los caminos están vacíos, nadie sabe nada de aquel lugar...

-¿Pero...muertos que se comen a personas?-Soltó una carcajada, luego me tendió una petaquita con vodka.-Necesitas un trago.

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