jueves, 8 de mayo de 2014

Delirio


Un candil iluminaba la estancia y el silencio de la noche solamente se veía interrumpido por los golpeteos de la máquina de escribir. Llevaba horas allí sentado dando rienda suelta a mi inspiración, rellenando el papel en blanco con pedacitos de mi pensamiento. Miré por la ventana que se encontraba frente a mi escritorio y observé los altos campos de maíz bañados por la luz de la luna.

Me levanté a servirme un poco más de coñac, según avanzaba por mi pequeño apartamento empecé a sentir que algo me observaba entre las sombras. Mi visión se nublaba, fruto del alcohol y la vigilia, y miré a las cuatros esquinas de la estancia para asegurarme de que allí no había nada. Nervioso rellené el vaso de coñac y llevando la botella conmigo volví a sentarme en el escritorio. Cambié el papel de la máquina de escribir y me puse a teclear tembloroso, buscaba más que la creación un sonido que interrumpiera el angustioso silencio. “Los terrores de la noche invadieron al joven escritor…” rezaba el papel que arranqué con rabia.
Podía sentir como la cordura me abandonaba sumiéndome en el delirio, vacié el vaso de un trago mientras a mi espalda escuchaba susurros y risas.

-¡¿Quién está ahí?!

Mi corazón se aceleró aterrado por si había una respuesta. El silencio pareció volver a la estancia y por última vez rellené mi vaso de coñac. Mi mirada se clavó en los maizales cuyas espigas se movían rítmicamente mecidas por el viento. Algo parecía moverse entre los campos, un enorme humanoide avanzaba con pasos lentos y pesados. No podía creer lo que veían mis ojos, mi espanto aumentó cuando la cabeza del ser se giró en dirección a mi ventana, llevaba en su cabeza una  especie de casco con una rejilla que parecía facilitarle la visión.

Alarmado soplé el candil y la estancia se sumió en la más completa penumbra, allí me encontraba yo agazapado contra mi escritorio mientras el extraño humanoide paseaba impasible por los campos de maíz. Escuché de nuevo unos rumores a mi espalda y me volví cogiendo la botella vacía de coñac a modo de arma, pero allí no parecía haber nada.

Gateé por la habitación mientras notaba como el sudor frío se desplazaba por mi cara, deseando con todas mis fuerzas despertar de la más terrible de las pesadillas, ¿era todo aquello siquiera real? Me situé en una de las esquinas de la habitación, protegido por el sillón y agarrando la botella como si me fuera la vida en ello. Por el rabillo del ojo contemplaba la ventana, temeroso de que aquel enorme ser  se asomara y descubriera mi escondite. Al volver la vista al frente pude apreciar una silueta, que no pertenecía a ningún ser conocido por la ciencia, tenía dos ojos pequeños y brillantes y una sonrisa siniestra.

Paralizado por el miedo sentí como su respiración se hacía más intensa a medida que se acercaba, cuando no estaba a más de un palmo de distancia lancé la botella con rabia. La botella se quebró contra el suelo y la extraña criatura pareció desvanecerse. Me levanté decidido y encendí una de las luces, “esto no son más que alucinaciones, he bebido demasiado” me dije a mi mismo tratando de auto convencerme.

Eché un vistazo alrededor y allí no había nada, tan solo los añicos de la botella de coñac. La estancia había recuperado el silencio solamente mitigado por el sonido de la aldaba que mecida por el viento acariciaba la puerta. Me dirigí al baño y sumergí mi cabeza bajo el chorro de agua helada que salía escupida por el grifo, “ya ha pasado todo, debo irme a la cama” pensé aliviado.

No podía estar más equivocado, cuando alcé la mirada pude ver que alguien me observaba desde el umbral de la puerta. Tenía forma humana pero su rostro se encontraba oculto entre las sombras pero notaba su mirada clavándose sobre mi persona.

-¡Vete de aquí, dejarme en paz!-Grité aterrorizado.

Pero la sombra me ignoró y allí siguió parada. Cerré los ojos y cargué con todas mis fuerzas contra mi siniestro visitante, pero allí ya no había nada, la sombra se había desvanecido nuevamente. Empecé a dudar de mi cordura y miré el reloj que tenía en la cocina, “son las 3 de la mañana, queda poco para el amanecer” me aseguré, pensando que con la luz del día se acabarían mis pesadillas.

¡Pum, pum, pum! Alguien golpeó con fuerza mi puerta, mi corazón se aceleró y me quedé petrificado mirando a la puerta. ¡Pum, pum, pum! Volvió a sonar con fuerza. En mi interior estaba seguro de que aquello que golpeaba la puerta no se marcharía hasta que abriera.

¡Pum, pum, pum! Me cogí la cabeza con las manos y caí de rodillas sobre el suelo de la cocina, sollozante, suplicando despertarme de aquella pesadilla. Finalmente cogí el cuchillo de cocina más grande que encontré y decidido abrí la puerta de la entrada.

La puerta se abrió chirriando y allí no había nada, miré hacia abajo y vi la silueta de una pequeña niñita que miraba tímida al suelo. Me agaché y con voz dulce le pregunté si se había extraviado, no pudo ser mayor mi horror cuando al alzar esta la cabeza observé que no tenía rostro.

Recuerdo cuando era tan solo un niño y tenía pesadillas, mi abuelo me consolaba diciéndome que no era posible morir de terror. Ahora mientras derrumbado en el suelo respiro mi último aliento, sé que mentía.